Querido [ ],
Siento, de todo corazón, haber tardado tanto en responderte. Cuando llegó la primera carta, me
emocioné de tal manera que lloré. Algo que había estado en tus manos hacía unas
semanas ahora estaba conmigo, al otro lado del mundo. Me quedé mirándola
absorta, observando cómo habías escrito mi nombre, con tu letra tan
característica. Y luego observé tu nombre, tan bonito. ¿Cómo podíamos estar tan
lejos? ¿Tan separados y a la vez tan cerca? En aquel preciso instante sentí que
estábamos unidos por aquella carta. Y de pronto, sentí miedo. Aquella unión,
tendida sobre un océano, sobre millones y millones de litros de agua. De
kilómetros. De experiencias. De recuerdos. Y no pude abrirla. Tenía miedo.
Miedo de lo que me pudieras haber escrito, de que fuera tan bonito o tal vez
tan triste, que no pudiera soportarlo. Y la guardé.
Y la siguiente. Y la siguiente. Me pesaban, en el fondo
del armario, con tu letra tan pulcra y tan mimada. No podía soportarlo. Y si te
preguntas qué fue de mi curiosidad te diré que mi miedo apagó esa llama. Con un
suspiro, se evaporó. Y así fui coleccionando cartas de letras bonitas.
Me preguntaba qué estaría
escrita en ellas. Si me echarías de menos, si pensarías en mí casi tanto como
yo en ti. Si los recuerdos acudían a tu memoria y se anidaban en tu corazón
como lo hacían en el mío. Pero luego, volvía el miedo. El miedo a la transición;
a que todo hubiera cambiado. Sentía un poco que era como la paradoja del gato de Schrödinger (tuve que hacer un
inciso para ver cómo se escribía); si no las habría todo y nada había cambiado.
Seguro que te preguntarás
si ya he leído tus cartas, o por qué te he escrito. O por qué ahora. Pues te
seré sincera. Después de mucho tiempo escondiéndome dentro de mí misma, de huir
del contacto de los demás, de vivir sin vivir, me di cuenta de que no podía
seguir así. ¿La razón? Un día, caminando de vuelta a casa, después de un duro
día lleno de malas noticias, sentí en mi corazón un calor inigualable. Y me di
cuenta de que a pesar de todo, de todo por lo que estaba pasando, estaba llena
de amor.
No sé bien explicar esa sensación para quien nunca
la ha sentido. Pero es algo así como que te sientes llena de cariño por dar, de
besos, de abrazos, de buenas palabras. Amor, en todas sus formas. Me sentí así,
repleta, y en paz. ¿Por qué me estaba guardando todo ese cariño? Todos los
abrazos que no extendí, todos los besos que no coloqué en rostros ajenos, todas
las palabras bonitas que quería decir pero no quería que se malinterpretaran. Y
esos momentos pasaron, y yo me quedé con todo eso. Los guardé, como si los
ahorrara para un futuro que no sabía si llegaría. ¿Cómo podía ser tan egoísta?
No digo que mi amor sea el más justo, ni el más humilde, ni el más embriagador,
pero es mío. Es una parte de mí que le doy a los demás. Y aquí está una parte
de ese amor. A tu lado.
Por favor, quiero que te imagines que estoy
mirándote a los ojos. Que te acaricio la cara mientras te digo que la mejilla
izquierda es la del cariño. Y luego apoyo mis labios en ella y te digo que te he
echado de menos. Que mantengo mis labios hasta que soy capaz de transmitirte todo el amor que llevo dentro. Y
luego imagínate que me separo, te miro a los ojos y sonrío. Una sonrisa que te
da las gracias por todas las cartas, por dedicarme parte de tu tiempo y de,
estoy segura, tu amor.
PD: Nunca leí tus cartas. No me hace falta.
‘En el momento en que abramos la caja, la sola acción de observar modifica el
estado del sistema tal que ahora observamos un gato vivo o un gato muerto.
Este colapso de la
función de onda es irreversible
e inevitable en un proceso de medida, y depende
de la propiedad observada.’
Luna Plateada