lunes, 1 de junio de 2015

La Gran Pregunta

Apoyé un casco justo encima de sus apuntes, en aquella mesa de la biblioteca de la universidad. Él me miró perplejo.

-Vamos, no tenemos mucho tiempo - susurré, para no desentonar. 
-¿Pero qué dices? ¿Estás loca?  - dijo él susurrando mientras se quitaba los cascos y sonreía. Se levantó de la silla y me abrazó.
-Venga, date prisa. Luego me saludas en condiciones. Ahora no puedo explicarte bien. - dije yo mientras me encaminaba hacia la puerta. Sin quererlo, había llamado la atención de toda la biblioteca. Saqué pecho y continué; ya arreglaría todo ese problema más tarde. 

Una vez fuera, el chico me seguía mirando como si estuviera loca.

-Pero, ¿qué haces aquí? ¿Desde cuándo tienes moto? ¿Por qué no me has avisado? 
Me reí y le abracé. 
-Te echaba de menos - dije como respuesta a todas las preguntas.  Él me apretó fuerte contra su pecho. Me olió el pelo.
-Y yo a ti, muchísimo. - noté que su corazón se aceleraba. Le abracé aún más fuerte.
-Que sepas que eres la primera persona a la que voy a buscar. Y no me refiero en la moto. Siéntete privilegiado, eh - dije mientras le miraba a los ojos y le guiñaba un ojo.
-Lo soy, pero… ¡has aprendido a guiñar un ojo! - dijo él, mientras no paraba de reírse. Era feliz.
-Pues claro, se aprenden muchas cosas en el extranjero. - dije mientras le sacaba la lengua.
-¿Ah sí? ¿Y qué más has aprendido? - me preguntó.

Me separé de él, y le miré seriamente. Había aprendido más cosas de las que era capaz de asimilar. Había aprendido a ser más paciente, a quererme más que nadie, a disfrutar de cada pequeño momento con las personas que quieres, a valorar y agradecer cada una de las cosas de tu vida y tu pasado, a mirar con perspectiva los problemas, a tener las mente más abierta, a querer sin perder, a ganar perdiendo, y… un millón de cosas más. 

-Pues verás, por eso vengo. - contesté. Le agarré las manos. - La lección más importante que aprendí fue a luchar porque aquello que me hace feliz. Desde la sonrisa de un amigo, hasta esa maratón que parecía imposible de acabar. Luché, y sigo luchando.  Y por eso estoy aquí, porque te perdí una vez. Mirándolo con perspectiva, ninguno de los dos estaba preparado para aquella relación, y lo mejor que hicimos fue distanciarnos. Conectábamos en todos los niveles, éramos la pareja perfecta si no llegar a ser porque cada uno estaba desconectado de sí mismo. Así que no se puede tener una relación. Yo ya he hecho las paces conmigo misma, y espero llegar en el momento adecuado para ti. Que tú también hayas conectado contigo mismo. 


Él me miró y me di cuenta de todo lo que había cambiado, mentalmente. Me miré a través de sus ojos, y era incapaz de reconocer a la chica de antes. Seguía siendo una niña, pero mucho más instruida en la vida. Y de pronto, me di cuenta de que él también había cambiado. Se había conectado consigo mismo. Y entonces, hice una cosa que no hubiera hecho nunca, más imposible incluso que venir a buscarle. Le quité el casco de la mano, y dejé los dos cascos en el suelo. Y se lo pregunté:

-



Luna Plateada

domingo, 26 de abril de 2015

El guardián invisible

-Ven aquí pequeña. ¿Qué te ha pasado? - dijo él mientras la recogía del suelo y la rodeaba con los brazos. Ella gimoteó y siguió llorando. - Ya pasó, ya estoy aquí. A tu lado. Venga, tranquila, todo va ir bien. - Dijo él mientras le acariciaba el pelo y notaba lo delgada que estaba. Podía notar todos sus huesos y su sufrimiento. Ella no paraba de llorar y sus piernas le flaqueaban.

Ella le agarró con fuerza de la camisa, con sus últimas energías, tirando de ella mientras sus lloros se hacían más fuertes. Él la agarró con más fuerza y de pronto, desfalleció en sus brazos. El chico se asustó mucho y la tumbó en la cama. Apenas respiraba, solo un hilito de aire salía por su boca. 

Llamó con su teléfono a urgencias, dándose cuenta de que la estaba perdiendo y que aquellos minutos eran los últimos que tenía a su lado. Se arrodilló junto a la cama y le agarró la mano:

-Pequeña, por favor, no te vayas. Te necesito aquí, conmigo. No te rindas. - Pero sabía que ella ya se había rendido, que su dolor había sido más fuerte que su fuerza de voluntad. Y también sabía que él había llegado tarde. Demasiado tarde.

-Por favor…

Ella le contemplaba desde detrás, viéndose a sí misma, un saco de huesos, en aquella cama, mientras aquel chico al que había amado lloraba intentando que volviera. Pero era demasiado tarde, ya no podrían despedirse y decirle lo enamorada que ha estado siempre de él. 

Le acarició el pelo y él se estremeció. Esa fue la última vez que se sintieron.


Luna Plateada