Como siempre, él no viene. No está ahí cuando más le necesita. Y ella se decepciona una vez más, como tantas otras. Sigue llorando y llorando, casi perdiendo la consciencia del tiempo y del espacio. Y de pronto, alguien aparece en la puerta, pero ella es incapaz de ver a esa persona porque tiene los ojos atestados de lágrimas. Se quita las lágrimas con la manga de la camisa y se sorbe los mocos. Es él.
Se acerca y le acaricia la cara. Luego la estrecha entre sus brazos, y ella gime, mientras le caen muchísimas lágrimas por la cara.
-Estoy aquí – le susurra al oído.
Y de pronto, nota que le duele todo el cuerpo, y que la figura de él se desvanece. Se había quedado dormida en el suelo del baño, llorando, como tantas otras noches.
Se levanta, se alisa la ropa, y se mira en el espejo. Ve a una chica que está sufriendo y que pide a gritos que la salven, pero nadie la escucha.
Se moja la cara y se va, con otra decepción más, como cada día.
Luna Plateada