domingo, 23 de noviembre de 2014

Avalo

En algún lugar perdido en medio del mar. 

-¿Quedamos esta tarde? - pregunté.
-Mmm… ¿para enseñarte a conducir casi tan bien como yo? - dijo él mientras sonreía. Le fulminé con la mirada.
-Me lo dice el que se acaba de sacar el carné. 
-El carné solo es un tema burocrático. Mira a Alonso, que con 13 años sabía conducir muchísimo mejor que cualquier otro adulto y hasta los 18 no pudo sacarse el carné. - Contestó él, y luego me picó un ojo mientras sacaba las llaves del coche. - Bueno, ¿qué? ¿quieres esas clases de conducir o no?
Me reí y le respondí:
-¿Ahora? El de mates nos va a matar como nos fuguemos otra vez.
-¿Y? Solo se vive una vez, y tengo el coche ahora. Venga mujer, que sé que tienes tan pocas ganas de ir a mates como yo de estudiar. 
Le miré pensativa. Y… ¿Por qué no? Tenía razón, solo se vive una vez. Mejor disfrutar cuando tengamos oportunidad.
-¿Y bien? - Preguntó él. Cogí las las llaves de su coche, y rodeé el coche para conducirlo. -Eh! ¿En serio quieres coger el coche aquí? Como te pillen te quedas sin carné hasta dentro de dos años. Y si mis padres se enteran me van a matar.
-Solo se vive una vez, ¿no? Deja de lloriquear y sube al coche anda.
Se rió y nos subimos al coche. Metí las llaves en el contacto, pero antes de encender el coche me preguntó:
-¿A dónde vamos? 
Le miré y sonreímos. No hacía falta decir nada más.


Luna  Plateada

martes, 7 de octubre de 2014

En el muelle de San Blás

'En el muelle de san blas

Sola en el olvido

sola con su espíritu

sola en el olvido

sola con su 
espíritu.

Ella despidió a su amor
él partió en un barco 

en el muelle de San Blás

él juró que volvería

y empapada en llanto
ella juró
 que esperaría.'
Cada día le echaba de menos. Recordaba su manera de tratarla, su manera de tocarla, de hablarle con todo el cariño del mundo... y todo eso ya se había ido. Y cada día le echaba más de menos. Alguien con quien hablar sin miedo a ser juzgada o cuyas palabras fueran malinterpretadas. Alguien a quien dar cariño y acariciarle la cabeza. Alguien a quien cuidar y quien la cuidara.
Ahora, años después, se preguntaba cómo aquella chica no fue la chica más feliz del mundo. Pero había pasado tanto tiempo desde que había dejado de ser esa chica, que ya dudaba de pudiera ser ella.
Se quitó los cascos del reproductor de música, y la canción se paró en aquel 'esperaría'. Eran las ocho de la tarde y se había pasado la tarde en aquella pequeña cafetería tan hogareña que le recordaba a su casa por el olor a café recién hecho y por el olor a libros viejos. Era su lugar preferido en aquella ciudad tan desconocida para ella, y cada cierto tiempo se pasaba por allí para leer y también para contemplar a las demás personas y sus vidas.
Se quedó mirando su trocito de tarta de chocolate, y recordó aquella vez en la que se fue con aquel chico maravilloso a comer postres en una cafetería en lo alto de un acantilado, con vistas al atardecer. ¿Cómo podían haber cambiado tanto las cosas? Había perdido tantas cosas y tantas personas desde entonces que se sentía como un zombie por la vida.
La camarera le preguntó que si quería algo más, y ella le dijo que no. Al ver su cara, no pudo irse sin más. Se sentó a su lado y le miró a los ojos.
-¿Qué te pasa? - preguntó la camarera.
-Nada, ¿por?
-Nos conocemos desde hace años, cuando entraste por primera vez aquí toda mojada por la tormenta que había. ¿Crees que no me conozco tus caras?-
-Es solo que no sé qué hacer con mi vida. Las decisiones que he tomado me han traído hasta aquí, pero me hubiera gustado haber tomado otras decisiones. A ver aprovechado las oportunidades que me brindó la vida.
-Ya chica, pero piensa que ya no puedes cambiar nada de lo que hiciste. Lo que hiciste hecho está, y por mucho que pienses en ello, nada cambiará. Ahora solo puedes mirar hacia delante e intentar que tu yo del futuro se sienta orgullosa de las decisiones que vas a tomar ahora. A ver, cuenta, ¿qué quieres hacer?
-Quiero recuperar a una persona, mi familia y un sueño.
-Bueno, a ver, paso por paso. Poquito a poco. Primero, si esa persona está viva, no veo por qué no podrías recuperarlo. Segundo, no has perdido a tu familia. Siempre ha estado ahí, solo que ahora han cambiado un poco las cosas. Lo único que tienes que hacer es aceptar la situación y hacerla lo más llevadera posible. Y por último, ¿cuál es ese sueño que tienes?
-Pues bueno... quiero viajar por el mundo y ayudar a la gente.
-Pues para eso hay unas ONG's preciosas. Si me dijeras que quieres irte a la Luna, pues ya sí que sería más difícil. Pero la verdad es que tienes un sueño bastante asequible.
-Ya, pero no puedo dejar a mi familia, ni el trabajo. ¿Con qué me voy a ganar la vida?
-A ver, yo tampoco tengo todas las respuestas del mundo. Soy una camarera irreal que se ha imaginado tu cerebro y como sabrás, tu cerebro es limitado. Sin ofender, eh.
Y en ese momento, se asustó. No estaba hablando con nadie. De hecho, se había quedado embobada mirando el libro. Pero se dio cuenta de que las respuestas las tenía ella misma. Cerró el libro bruscamente, se comió el trozo de chocolate, y salió en plena tormenta.

Al igual que llegó aquella primera vez perdida de la tormenta, ahora se enfrentaba a ella. Y ahora, más que nunca, sabía que si quería algo, tenía que luchar por ello. Sola.
PD: Rebeca (enlace)
Luna Plateada

sábado, 21 de junio de 2014

No te vayas

-No te vayas. - le dije mientras le miraba a los ojos. Seguían verdes como siempre.
-No me he ido. - contestó él.
-Pero no te vayas. -dije y le abracé mientras estábamos sentados en aquel banco y contemplábamos la puesta de sol. Él me apretó fuerte contra su pecho, y yo me sentí una niña pequeña entre sus brazos. Escondí la cabeza entre ellos, y él me dio un beso. - No te vayas. - Volví a repetir.
Él me acarició la cabeza, como si le estuviera pidiendo lo más fácil del mundo. Sabía que él nunca me abandonaría, no era de esa clase de personas. Pero también sabía que si tenía que irse, yo me iría para dejárselo más fácil. Como hice la última vez.
Me incorporé, y le miré a los ojos.
-¿Sabes cuánto te he echado de menos? ¿La cantidad de veces que me acostaba y me levantaba pensando en ti? - le pregunté. Él se quedó callado, parecía emocionado.
-No, no lo sé. Pero ten por seguro que no ha pasado ni un día en el que yo no haya pensado en ti. -me dijo mientras me acariciaba la cara. Creí que iba a besarme, pero giró la cabeza y miró hacia el horizonte.
-Hemos vuelto al mismo lugar en el que nos besamos por primera vez hace ya mucho tiempo. Nunca debí dejarte que te fueras.
-Ya ha pasado. Estamos aquí los dos. ¿Qué más da lo que haya pasado?- pregunté.
-Importa, porque ambos hemos cambiado. - le miré preocupada. Si me decía eso era porque ya no sentía lo mismo por mí, algo había cambiado. Creo que él se dio cuenta de la cara que había puesto, porque añadió:
-Tú estás más guapa y yo más fuerte – dijo mientras me hacía cosquillas. Empezamos a reírnos, como hacíamos siempre, y por un momento pensé que el sol se detuvo cuando nos besamos. Cerré los ojos y cuando los volví a abrir, había anochecido.

'Buenas noches pesadillas,
 buenos días sueños.'

Luna Plateada

viernes, 16 de mayo de 2014

Olas


-¿Pero aún no estás lista?
-No, cinco minutos más, por fa. – replicó ella.
-Bueno, vale, pero no tardes. –Ella le sonrió y le sacó la lengua. Sabía que aunque tardara mucho, él no se enfadaría. Después de un momento de vacilación se acercó a ella y luego la beso.
-La recompensa por esperarte – dijo él, después de besarla.
-Todos los que quieras entonces. – y siguió en lo que estaba. Cuando él salió por la puerta, ella se levantó rápido de la mesa y guardo un pequeño paquete en su mochila. Recogió las cosas que estaban encima de la mesa, se puso el bañador con rapidez, se vistió y se hizo una trenza. Todo ello en menos de cinco minutos.
-Estoy lista – dijo mirándole mientras él estaba sentado en el sofá entretenido con sus cosas.
-Pues vámonos entonces. El coche está en la esquina de siempre.  Por cierto, estás muy guapa con esa trenza – dijo él mientras se acercaba a ella y le agarraba de la cintura. La besó.
-Gracias. Voy a por la tabla, coge la botella de agua de la nevera por favor – dijo ella mientras desaparecía.
Diez minutos más tarde ya tenían las dos tablas en el coche, bien sujetas. El motor en marcha y la música puesta. Estaban listos. Ella conducía.
El camino de ida transcurrió entre risas y sonrisas. No podían ser más felices.
O sí.
Cuando llegaron, cogieron lo indispensable, nada de móviles ni carteras ni ningún objeto de valor. Todo eso iba al maletero. Fueron con las tablas hasta la playa, se pusieron el neopreno y la crema, y escondieron las llaves del coche entre algunas piedras.
-¿Aún no estás listo? – Preguntó ella imitándolo.
-Cinco minutos más, por favor, que soy muy presumida – contestó él con una voz chillona, intentando imitarla. Ella se rió y le besó.
-Dios, esta crema sabe asquerosa. Te la pones a posta para que no te bese. – Todas las veces que iban a coger olas le repetía lo mismo. Pero él seguía usando la misma crema.
-Pero el beso merece la pena.
-Bueno, bueno. Tampoco te pases -  Contestó ella.
-Bésame. – Dijo él, mientras cerraba los ojos y ponía morritos, intentado picarla.
-¡Quien coja la primera ola no hace la cena! – contestó ella a lo lejos mientras corría.
-¡Eh, eso es trampa! – dijo él mientras salía corriendo detrás de ella. No la alcanzó hasta que ambos estuvieron en el agua.
Ella divisó la primera ola a lo lejos, tenía muy buena pinta. Por la serie, sabía que esa iba ser bastante grande, solo tenía que esperar. Remó un poco más lejos para cogerla mejor. Era una de derechas, sus favoritas.
-Esa es mía, preciosa. – Dijo él mientras la adelantaba.
-Eso te has creído tú.  – Ambos empezaron a remar, él la ganaba en fuerza pero no en agilidad. Estaban casi en la ola, cuando ella hizo un amago y con una rapidez abismal se colocó delante de él, dispuesta a quitarle la ola. Cuando el chico se dio cuenta, ya era demasiado tarde, tenía que dejársela.
Ella se acercó con la tabla y le dijo:
-Me dijeron que hoy no hago yo la cena. Espero que esté a la altura la cena.
-Lo estará. No todos los días se hacen cinco años juntos. 
Y así transcurrió la mañana, entre risas y olas. Disfrutando del mar, de la sal y del amor. No hacía falta nada más.

Ya hambrientos, salieron del agua y empezaron a comer los bocadillos que habían traído.
-Dios, te has lucido con el bocadillo. Está riquísimo, te salió genial la tortilla – dijo él.
-Eso me lo dices para que te los siga haciendo. – dijo ella mientras le guiñaba un ojo.
-¿Se puede ser más feliz? Hoy hago cinco años con una  chica preciosa y celebrándolo de la mejor forma posible: cogiendo olas. Adoro el karma.
-Con lo malo que eres jugando a la play, el karma debería castigarte.
-Eh eh, que yo no soy malo, solo que tú eres una viciada.
-Jajajajaja Mal perder me dijeron. – Se acercó a él, y le dio un beso en la mejilla. - ¿Un descansito después de comer?
-Vale.
Se recostaron en la arena, el sol les calentaba los cuerpos fríos del agua. Estaban exhaustos pero con energías. La felicidad recorría sus venas.
Tiempo después ya estaban los dos cogiendo olas de nuevo. Cuando llegaron a casa aquella noche, estaban extasiados.
-Tengo algo para ti – dijo ella, mientras ambos salían de la ducha.
-¿Ah sí? – preguntó él con picardía. - ¿Y es sexo?
-Jajajajaja Ven aquí – él se acercó, para recibir su beso. Ella se apartó y le dijo:
-Que te lo has creído guapo. – dijo mientras desparecía del baño. Cuando él llegó a la habitación, ella le esperaba con un paquetito en las manos.
-Pensaba dártelo antes, pero me olvidé. Toma.
Él sonrió y la besó, no le importaba lo más mínimo el regalo. La tiró sobre la cama y siguió besándola.
-No hay mejor regalo que este. – Ella se rio. Lo más gracioso era que aquel paquetito solo venía con un trozo de papel donde estaba apuntado un número. El número de la pizzería más cercana, para que él no tuviera que hacer la cena.
Conocerse es el mejor regalo que les había hecho el mundo. ¿Qué más daba todo lo demás?
Luna Plateada

sábado, 10 de mayo de 2014

Huellas

Se asomó al balcón y contempló cómo las olas chocaban contra la orilla. El sol se estaba poniendo poco a poco. No podía quedarse allí quieta, tenía que tocar el agua.
Cuando llegó hasta la playa, se descalzó y sus pies tocaron la arena todavía caliente por el sol. Disfrutó de aquel calor, pero quería probar el frío del agua, y eso hizo. Camino por la orilla, mojándose lo pies y contemplando a su vez la hermosa puesta de sol.
Y de pronto recordó todo lo que había pasado; los buenos y los malos momentos. Recordó todas las sonrisas, las lágrimas, las caídas y las veces que se había levantado. Y recordó también que gracias a todo eso, había llegado hasta ahí, más fuerte que nunca. No podía ser más feliz. Por muchas caídas, por muchos problemas, por muchas separaciones que haya, ella seguía luchando. Seguía luchando por la persona más importante de su vida, que aunque suene egoísta, era ella misma. ¿Cómo iba a querer o a cuidar a otra persona si no lo hacía antes de sí misma? Y eso había hecho.
Miró hacia detrás, y vio sus huellas en la arena; la mayoría borradas por el mar. Y sonrió para sí porque sabía que nada duraba para siempre, ni las huellas ni los problemas. Y volvió a mirar hacia delante con más ganas y con más ilusión, haciendo sus huellas más sólidas.
Mientras, el sol ya se estaba escondiendo, y cuando volvió a mirar hacia delante, vio una silueta que se acercaba hacia ella. Ambos se iban acercando poco a poco, incapaces de apartar la mirada el uno del otro. Ella, por un momento, creyó que era otra persona pero cuando estuvieron más cerca se dio cuenta de que se había equivocado. Se quedaron quietos cuando ya estaban muy cerca.
-El mejor momento del día para pasear, ¿no crees? – preguntó él.
-Pues sí. Aunque ya queda poco. – contestó ella, extrañada. Era un completo desconocido, y sin embargo tenía la sensación de que se conocían desde hacía muchos años.
-Entonces sentémonos. –dijo él mientras se sentaba en la arena. Le hizo un gesto a ella para que le acompañara, y después de un momento de vacilación, así lo hizo.
-¿Por qué me has hablado con tanta confianza si no nos conocemos? – preguntó ella, mientras examinaba su rostro. Era realmente atractivo. Demasiado.
-¿Por qué me has contestado si no nos conocemos? – contestó él. Ella se quedó mirándolo atentamente. Luego se giró para mirar el sol y meditar sobre por qué le había contestado, y también para disfrutar del momento.
-¿Ahora no me vas a contestar porque has caído en la cuenta de que has contestado a un desconocido? – preguntó él.
-Le das demasiadas vueltas a las cosas – contestó ella.
-No creo que más que tú. En eso nos parecemos – le dijo él. Y ella se preguntó cómo aquel chico adivinaba sus pensamientos con tanta facilidad. Volvió a quedarse callada.
-Eres demasiado callada con los desconocidos. Creo que deberíamos arreglar eso. Bien,  vamos a hacer una cosa: yo te digo algo de mí, y tú me dices algo de ti. ¿De acuerdo? – ella lo miró interrogante, pero le siguió el juego.
-De acuerdo.
-Bien, primera pregunta. ¿Cómo te llamas? – preguntó él.
Y así empezó algo. Y lo llamo algo, porque es mejor no definir. Definir es limitar. ¿Quién sabe en qué se convertiría? Pero, ¿qué más daba? La vida es así,  no hay camino, se hace camino al andar.
Por eso hay que dejarse llevar, disfrutar del momento mientras dure. Y aprender. Aprender de lo bueno y de lo malo. Solo tenemos una vida, ¿por qué malgastarla en algo que no nos hace felices? ¿Por qué no arriesgar? Hay muchas oportunidades para ser felices.

PD: Puede que te cruces con una persona, y cada uno siga su camino. O sin embargo, que se conviertan en una misma huella. Pero lo más importante es disfrutar el camino. Las huellas son lo de menos.

Caminante, son tus huellas el camino, y nada más;  caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino,sino estelas en la mar.
Luna Plateada 

miércoles, 16 de abril de 2014

Satélites

Por fin volvemos a encontrarnos, después de tanto tiempo. Le veo aparecer a lo lejos, reconocería ese coche en cualquier lugar. Se acerca, aparca y se baja del coche, con la misma parsimonia de siempre. Sonríe, y sé que nada ha cambiado.
-Buenas. ¿Llegaste hace mucho? – preguntó mientras se acercaba.
-No mucho. Han cambiado las cosas, ahora soy yo la puntual y tú el que llegas tarde. – contesté.
-Algo tenía que cambiar, ¿no? – dijo, con su media sonrisa. No contesté, y nos dirigimos uno al lado del otro hasta el final de aquella pista, en lo alto de la colina, desde donde se podía contemplar el mar, las olas, la puesta de sol, la vida.
-Al menos he llegado a tiempo para ver la puesta de sol. – dijo mientras se sentaba y me daba la mano para ayudarme. Al notar su mano, me estremecí. Echaba de menos sus manos grandes y fuertes.
-Echaba de menos contemplar estas puestas de sol – ‘Y a ti’, pensé. Él me miró en silencio, y su mirada me intimidó. ¿En qué momento me había dejado intimidar por una mirada? Colocó su mano sobre la mía.
-Sigues teniendo las manos frías, como siempre – me dijo.
-Y tú calientes, como siempre. – y le dediqué una sonrisa. Ambos nos volvimos para contemplar cómo el sol se escondía en el horizonte, pero aún con las menos una sobre la otra. Nos unía, aunque fuera un enlace muy pequeño, pero fuerte.
Me acarició la mano con el pulgar, y noté un escalofrío. ¿Por qué? ¿Por qué ahora? Él me sonrió, y de pronto, me sentí feliz. Y, en un momento de euforia, me acerqué a él, y le hice cosquillas. Él rió a carcajadas, como hacía siempre que le hacía cosquillas. Su risa inundaba todo el espacio, y yo no podía parar de sonreír.
-Dime que te rindes y paro – dije sin parar de hacerle cosquillas. Él no paraba de reírse. Sabía que si él quería, podría utilizar su fuerza y quitarme de encima. Pero por alguna razón, seguía riéndose. Quizás lo necesitaba. O lo necesitábamos. 
Pero me equivoqué. Utilizó su fuerza, me agarró las manos y me puso contra el suelo.
-A ver, pequeña, ¿de verdad crees que puedes conmigo? – me preguntó, mientras yo estaba tumbada y él me sujetaba las manos, muy cerca de mi cara.
-Pues claro. Puedo contigo y otros diez como tú – contesté.
-¿Ah sí? – dijo mientras se acercaba aún más a mi cara, sin soltarme las manos. Notaba su aliento en mi boca, su respiración. Solo me faltaban los latidos de su corazón.
-Sí – dije con total seguridad, aunque no fuera cierto. Mi corazón no paraba de revolucionarse, quería salirse del pecho. Deseé que me besara, pero en el fondo los dos sabíamos que, como siempre, eso no podía pasar. Así que sin parar de mirarme a los ojos, me soltó las manos. Nos incorporamos, y nos abrazamos. Echaba de menos esos abrazos, por mucho tiempo que hubiera pasado y por muchas decisiones que hubiéramos tomado. Le echaba de menos.
Deseé haber tomado otro tipo de decisiones en el pasado, pero ya no era posible cambiar nada, y lo hecho, hecho estaba. Solo nos quedaba el presente, y las consecuencias del pasado. Me disponía levantarme e irme, pero me atrajo contra sí, y ambos nos tumbamos en el cielo, mirando las estrellas.
Apoyé mi cabeza sobre su hombro, y le dije:
-Sonríe, los satélites nos están sacando fotos.
Y ambos sonreímos, como siempre. Como nunca.
Luna Plateada


miércoles, 19 de marzo de 2014

No estás

-¿Quieres dejarme en paz? Sé que no soy perfecta, sé que hay veces en las que no pienso las cosas antes de decirlas, y sé que soy muy borde. Pero, ¿en serio esto en necesario? Déjame en paz. – le grita ella mientras abandona la habitación. Se encierra en el baño, y se sienta en el suelo, con la espalada apoyada en la pared y agarrándose fuertemente las rodillas mientras llora.
Como siempre, él no viene. No está ahí cuando más le necesita. Y ella se decepciona una vez más, como tantas otras. Sigue llorando y llorando, casi perdiendo la consciencia del tiempo y del espacio. Y de pronto, alguien aparece en la puerta, pero ella es incapaz de ver a esa persona porque tiene los ojos atestados de lágrimas. Se quita las lágrimas con la manga de la camisa y se sorbe los mocos. Es él. 
Se acerca y le acaricia la cara. Luego la estrecha entre sus brazos, y ella gime, mientras le caen muchísimas lágrimas por la cara.
-Estoy aquí – le susurra al oído.
Y de pronto, nota que le duele todo el cuerpo, y que la figura de él se desvanece. Se había quedado dormida en el suelo del baño, llorando, como tantas otras noches.
Se levanta, se alisa la ropa, y se mira en el espejo. Ve a una chica que está sufriendo y que pide a gritos que la salven, pero nadie la escucha.
Se moja la cara y se va, con otra decepción más, como cada día.
Luna Plateada

miércoles, 26 de febrero de 2014

Miedo

Tiene miedo del futuro, de lo que podría pasar, de las consecuencias de sus decisiones. Tiene miedo de equivocarse, definitivamente. De fallar a los que quiere, de alejarse de lo que ama, de irse y no volver.
Miedo, totalmente humano, pero irracional. Y aún sabiendo esto, sigue teniendo miedo. No se siente protegida, y hace tiempo que esa palabra ya no sirve para ella. Hace tiempo que no siente que alguien la proteja, que esté ahí cuando no puede consigo misma. Hace tiempo que se ha abandonado. 
Un escalofrío le recorre el cuerpo, y de pronto siente que se ahoga en la habitación en la que se encuentra. Mira por la ventana y contempla las nubes que acechan en el cielo. Un sentimiento de soledad le recorre cada centímetro de su piel. 
‘Quizás es que nadie sabe cuidarme. Ni siquiera yo.’ Piensa, mientras llora en silencio. Sí que hay personas que saben cuidarla, pero no se deja. El problema es ella. Empieza a llover. Miles de gotitas caen en la cornisa de la ventana, y por un momento, la chica se siente acompañada por las nubes. No es la única que llora.

Se tumba en la cama, se coloca la manta sobre ella y comienza a llorar mientras abrazaba la almohada con todas sus fuerzas. Ya no puede más; solo quiere dormir y despertarse cuando haya pasado el invierno.
Luna Plateada

sábado, 22 de febrero de 2014

Luchar o no luchar

Él estaba acurrucado en la cama, y ella lo miraba apoyada desde la pared. Parecía tan tranquilo, tan feliz, ajeno a todo lo que a ella le atormentaba. 

Ella se contentaba con mirarle. No sabía cuántas veces más volvería a verlo, o si esa sería la última vez que lo vería. Y sin querer, una lágrima recorrió su mejilla. Deseaba con todas sus fuerzas que él se despertara y la abrazara, le necesitaba. Pero eso nunca ocurría, él siempre dormía y ella siempre estaba despierta en medio de la oscuridad, completamente sola.
Todas y cada una de las noches que dormían juntos, él se quedaba dormido, mientras ella se quedaba despierta hasta las tantas. Todas y cada una de esas noches, ella se sentía completamente sola. Seguramente, el problema era de ella, por no despertarle. Él se hubiera despertado de buen grado y la hubiera abrazado y dado todo ese cariño que le faltaba, pero ella no se atrevía, no quería sentirse peor persona de lo que ya se sentía. Tendría que superarlo.
Y un día, todo cambió. Se acostumbró a estar sola, se ayudó a sí misma a salir de ese pozo de tristeza en el que vivía sumida. Ya no era tan feliz como lo fue al principio de todo, pero al menos ya no se sentía sola cuando no tenía a nadie. Había aprendido a sobrevivir. Se había vuelto a encerrar en sí misma, dispuesta a luchar por proteger su alma y su corazón, para que no le hicieran daño. Lo que significaba que aquel chico ya no estaba dentro de las fronteras. Al igual que ella se sentía fuera de sus sueños todas aquellas noches, él ahora no estaba en los de ella. Y a partir de entonces, las noches cambiaron.
Ella estaba acurrucada en la cama, y él la miraba apoyado desde la pared. Parecía tan tranquila, tan feliz, ajena a todo lo que a él le atormentaba.


Luna Plateada


lunes, 20 de enero de 2014

La Gran Guerra

Uno en frente del otro, sin decir absolutamente nada, contemplándose. Tantas cosas que contarse, y tan pocas a la vez. Estaban separados, pero ambos querían abrazarse, decirse que se habían echado de menos, llorar, ¿por qué no? En vez de eso, permanecieron quietos, mudos, en medio de aquella calle solitaria en la que se habían encontrado por casualidad. 
Una jaula invisible los envolvía, impidiendo que pudieran irse, pero tampoco acercarse. Algo había cambiado. Todo, para ser exactos. Eran las mismas personas, el mismo lugar, pero seguía sin ser igual. Ellos habían cambiado.
La gente caminaba por la calle, ajenos aquella guerra que se estaba librando en cada uno de ellos. Una guerra contra ellos mismos, una batalla que se había librado y ya habían perdido. El gran reto de olvidarse. 
Quizás no se trataba de olvidarse, o de evitar el tema. Quizás se trataba de afrontarlo, como lo estaban haciendo en ese momento, solo que la única arma que tenían era el silencio. El poderoso y mudo silencio.
Las nubes amenazaban con interrumpir aquel momento, aquella Gran Guerra. El tiempo transcurría, y ellos seguían perdidos en aquel cruce de miradas. Como si todo lo demás no existiera, y ellos fueran los únicos en medio de aquella inmensa burbuja. 
La lluvia hizo acto de presencia, y ambos se mojaron completamente. El chico comenzó la guerra. Se acercó y le acarició la cara. Entonces ella lo comprendió, aquel era el único y último movimiento que se iba a librar en aquella batalla. Notó su mano cálida, y lloró al recordar tantos momentos que habían vivido. Lloró al recordar que todas las personas que habían pasado por su vida, se habían ido, sin excepción. Esta vez era ella quien se iba a ir, no podría soportar otra pérdida más.
Le agarró la mano y se la apartó de la cara. Él intentó decir algo, pero ella le tapó los labios con los dedos. Él lo entendió. No quería librar esa batalla, pero sabía que era necesaria. 
La chica cerró los ojos, y cuando los volvió a abrir estaba perdida en medio de alguna calle de aquella ciudad caótica. La Gran Guerra se había librado y el mundo parecía ajeno a tal acontecimiento. Sin embargo, en el cuerpo de ella quedaban las heridas de guerra: la huella de la mano grabada a fuego en su cara, el cansancio de una mirada que había luchado por sostener otra mirada, y los dedos doloridos por callar a la otra persona cuando lo que quería era escucharla.
Pero por fin había llegado a su fin la guerra. Y había ganado.
A veces está bien luchar contra ti mismo, porque tú eres tu mayor enemigo y tu mayor aliado. Nadie va a saber derrocarte como lo haces tú. Pero tampoco ayudarte. Así que, si vas a luchar, hazlo con todas tus fuerzas. Solo uno de los dos puede sobrevivir, tu peor enemigo o tu mejor aliado. 
Tú.
Luna Plateada

miércoles, 15 de enero de 2014

El lugar de los recuerdos

Se metió en la cama como todas las noches, en su lado. Y dejó conscientemente el hueco para el recuerdo de aquella persona que una vez estuvo ahí, a su lado. La cama no es que fuera muy grande, pero ella estaba bastante cómoda en su esquina, dejando hueco para el vacío.
Se puso a leer tranquilamente, y de pronto, como todas las noches, volvió a notar su presencia. Giró la cabeza hacia el hueco que había dejado y cerró los ojos. Pudo notar cómo aquel chico que hace tanto había estado en su hueco, ahora la acariciaba. Notaba su mano suave, firme y caliente sobre su rostro, y aquella caricia le hizo llorar. Él le apartó el pelo de la cara, le quitó una lágrima que bajaba lentamente por su mejilla y le subió el mentón:
‘Sé fuerte pequeña, todo irá bien.’
Creyó escuchar, y rompió a llorar al abrir los ojos y descubrir lo sola que estaba en su cama, en su casa y en su propia vida. Volvió a cerrar los ojos, intentando evocar aquel recuerdo, pero fue en vano, pues ya no estaba. En cambio, su piel aún seguía sintiendo aquella caricia, como si se le hubiera tatuado en la piel.
Se tapó con la manta, sin invadir el espacio que había dejado para su recuerdo. El hueco que había dejado aquella persona en su corazón cuando se fue.
'Sé fuerte pequeña,
todo irá bien.'

Luna Plateada