domingo, 29 de diciembre de 2013

Hogar somos tú y yo

No hacía falta palabras. Ninguna. En cuanto le vio supo que algo iba mal, pero lo que necesitaba no era recordarlo, sino llorar. Dio unos pasos hasta él, y vio en sus ojos la profundidad de su dolor. Le agarró de la mano y lo llevó hasta la cama. Él parecía un cuerpo sin vida; se movía porque ella tiraba de él, y respiraba por inercia.
Le quitó la chaqueta, le dijo que se sentara en la cama y le quitó los zapatos. Él se acostó en la cama, mientras ella iba a coger una manta y pañuelos. Volvió a la habitación y colocó los pañuelos en la mesilla de noche. Se puso a su lado, y él apoyó su cabeza en su pecho. Estaba acurrucado junto a ella, mientras la abrazaba y ella le acariciaba el pelo. El silencio reinaba en aquella habitación.
La mano de ella se perdía entre el cabello de aquel hombre que de pronto se había convertido en un niño perdido. Pero ella estaba allí, a su lado, para acompañarle, apoyarle y cuidarle. 
Ella le tapó con la manta, y siguió acariciándole la cabeza. Aquello le relajaba, aunque su mente no paraba de pensar en otras cosas. Le besó la frente y le susurró dos palabras bonitas al oído; de esas que se guardan en secreto, que son sólo de esas dos personas.
Él la abrazó más fuerte y luego se incorporó un poco para besarla. Y le dio uno de esos besos en los que puedes quedarte a vivir para siempre. De esos besos cálidos y suaves que se graban en tus labios. Ella sonrió, y le mordió un poco el labio. 
Volvió a recostarse en su pecho, ensimismado con el latido del corazón de ella. Poco a poco se fue relajando, y durmiéndose. Ya no tenía más fuerzas y necesitaba descansar. Ella le miró con ternura, ensimismada. Contempló sus labios, y los acarició. Luego su nariz, sus orejas, su pelo, y finalmente, sus ojos; por los que asomaban lágrimas de cristal. Cogió un pañuelo y se las secó. Y siguió acariciándole, hasta que se reunió con él en sueños.
‘Estoy aquí pequeño, contigo.’
-¿Wall-e?
-¡Eeeeeeeeevaaa!
Luna Plateada