domingo, 7 de julio de 2013

La felicidad está en el ahora

Ella se movió agitada en la cama, una nueva pesadilla volvía. Sudaba, las sábanas se le pegaban a la piel en aquellas noches calurosas de verano. Intentaba salir de aquel túnel aparentemente sin salida, hasta que lo consiguió y se despertó.
Todo estaba oscuro y con su mano buscó el cuerpo de él. Encontró su piel, la mano de él también la estaba buscando, pero no habían dicho nada. Ya sabían qué pasaba; ocurría noche sí y noche también.
Él salió de la cama, y al volver traía un vaso de agua para cada uno. Ella se lo agradeció infinitamente con la mirada, apenas podía hablar. Luego se volvieron a acostar, ella le acarició la cabeza, y se besaron. Se querían tanto que las palabras sobraban. ¿De qué servían esas palabras  que intentan definir los sentimientos? ¿Limitarlos? De nada. Lo que importaba es lo que ella sentía y lo que le hacía sentir a él. 
Todos somos y nos convertimos en lo que pensamos,
sentimos, hacemos y disfrutamos cada día.
Ella apoyó la cabeza sobre su hombro, y fue relajándose poco a poco, hasta que los latidos de él se hicieron imperceptibles. Se había dormido, y ahora podía pensar en la suerte que había tenido al conocerle. La verdad es que se había preocupado tanto por no quedarse sola en la vida, que había acabado con quien no debía. Y cuando dejó de buscar, fue cuando le encontró; una tarde de primavera. La suerte siempre había formado parte de su vida, pero nunca se había materializado tanto como cuando lo conoció a él.
Y bueno, lo que más le gustaba es que vivían el día a día. Sin pasado ni futuro. El ahora. No sabía cuánto duraría, pero tampoco perdía el tiempo intentando adivinarlo. Tenía su felicidad a unos centímetros, y podía abrazarla cada noche y cada día. ¿Qué más podía pedir?
Luna Plateada

lunes, 1 de julio de 2013

Lágrimas de cristal

Una lágrima corría delicadamente por su piel de porcelana. Aquella gota de agua impregnaba cada uno de sus poros, refrescándole la cara. Pero era una, solo una lágrima la que recorría lentamente aquella piel tan tersa. 
Dejó que la gota llegara hasta su boca, y notó el sabor amargo de aquella lágrima que solo era el principio que acontecía una tormenta. 
Ella, que se creía tan fuerte, tan indestructible, tan capaz de todo, ahora se derrumbaba. Notaba como sus ojos su aguaban cada vez más, ya casi no distinguía la figura de aquel chico que la dejaba atrás. Pero seguía manteniendo la mirada, aunque su vista ya era borrosa, y sus ojos estaban a rebosar de lágrimas. Intentó gritarle, pero se le quebró la voz. Apenas podía decirle que se quedara, que le necesitaba. No dejarle ir. Intentó mover sus piernas, y también le fallaron. ¿Qué le pasaba? ¿A caso aquel corazón de piedra había ha vuelto a latir y ahora era su cuerpo el que se había convertido en piedra? ¿Por qué?
El verdadero valor es hacer frente a la situación
sin dudar, aún sabiendo de antemano que vas a perder.
Lo volvió a intentar. La silueta iba desapareciendo, ya casi no quedaba nada de él. Volvió a intentarlo. Miles de lágrimas corrieron detrás de aquella primera lágrima. Su mirada se estaba aclarando. Intentó gritar, pero solo le salió un murmullo. Sin embargo, su cuerpo ya no estaba entumecido, sus pies le respondían poco a poco. Se frotó la cara, intentando despejarse, y con fuerza volvió a intentarlo una vez más. Esta vez, pudo moverse, pudo gritar, y pudo ver; pero ya era tarde.
Aquel chico había desaparecido por completo, ella no sabía por dónde empezar a buscar. Sus piernas le fallaron, y acabó de rodillas en el suelo. Todo le daba vueltas. Se llevó las manos a la cara y empezó a expulsar todo el llanto que llevaba dentro. Lloró durante más de una hora, sin parar, hasta que se fue acurrucando en el suelo frío e incómodo. Ya no le quedaban lágrimas. Se puso en posición fetal, agarrándose las piernas, y poco a poco sus latidos eran cada vez más lentos. Ya no aguantaba más, ya no quería seguir luchando. No merecía la pena. Y se durmió.
Como siempre, apareció su ángel de la guarda. Nunca la dejaría sola; solo le dejó espacio para que ella misma rompiera ese muro que se había construido para ‘protegerse’. La cogió en los brazos, y la llevó a casa. Ella volvió a llorar entre sus brazos. Y la última lágrima…
La última lágrima corría delicadamente por su piel de porcelana. Aquella gota de agua impregnaba cada uno de sus poros, refrescándole la cara. Pero era una, solo una lágrima la que recorría lentamente aquella piel tan tersa. La última.
Luna Plateada