lunes, 7 de enero de 2013

El Faro: Parte II

Sin embargo, al día siguiente él fue, pero ella no vino, ni el siguiente, ni el de después. Al cabo de una semana, ella apareció pedaleando con su bicicleta, vistiendo un bonito vestido azul claro. Él no sabía qué hacer, había ido todos los días a aquella playa perdida sólo para verla, y por fin estaba aquí. Ella, al verle, se extrañó mucho. Pero le hizo mucha ilusión verle allí, contemplando el mar, relajado. Dejó la bicicleta en un lado y se dirigió hacia él. Se sentó a su lado, en silencio. Los dos miraban hacia el mar, evitándose. Al cabo de un rato, ella alisó la arena con la palma de la mano, y escribió con el dedo una palabra: Luna. Él la miró sin entender.


-La respuesta a la pregunta del otro día. Me llamo Luna.- dijo ella mientras le miraba fijamente a los ojos. 
Así empezaron a conocerse. Cada día de aquel verano caluroso, fueron a aquella playa perdida. Hablaban de todo tipo de cosas. Él nunca quiso decirle de dónde era, pero por el acento ella intuía que era del norte. Les resultaba fácil estar juntos, pero sabían que nada dura para siempre. 
Un día, estaban sentados en la orilla del mar, contemplando las olas, cuando él le agarró la mano y le señaló un viejo faro en el acantilado.
-Algún día, viviremos allí. Vendré a buscarte y te llevaré hasta el faro para que te quedes conmigo. –dijo él, sin obtener respuesta. A ella no le gustó la idea, significaba que se iría.
Aquella tarde, él se  despidió de ella antes de que se subiera a la bici. Le dio un beso, pero más cálido y dulce que de costumbre. Y ella pensó que se estaba despidiendo. Y así fue. Aquel día fue el último que lo vio. Volvió un día, y otro día, y otro, con la esperanza de verle, pero nunca volvió a verle. Y así habían pasado los años hasta que Luna había cumplido ya 32 años.<<
Llegó al último escalón, y un suspiró salió apresurado de su boca. Al fin estaba en lo alto. Contempló en silencio la infinidad del mar, las olas rompiendo contra el acantilado, las nubes ocultando el sol, y el viento silbando en la lejanía. Estaba completamente inmersa en sus pensamientos, cuando tocaron al timbre. Su perra empezó a ladrar. “¿Quién podría ser?” pensó ella. No esperaba a nadie. Dudó entre ignorar a esa persona o quedarse allí disfrutando. No quería volver a bajar toda aquella escalera que tanto le había costado subir. Pero su curiosidad pudo más que su pereza, y volvió sobre sus pasos, pero estaba vez bajó más animada las escaleras. Quizás porque era cuesta abajo, quizás porque le hacía ilusión que alguien la visitara.
Al cabo de un largo rato, llegó hasta la puerta principal, donde estaba su perra olisqueando la puerta. “Tengo que ponerle una mirilla a la puerta” dijo antes de abrir y encontrarse con aquella sorpresa.

Luna Plateada

¿Qué sorpresa será?

3 comentarios:

  1. A veces no hace falta la palabra para saber cuándo es la despedida. Deseando la siguiente parte.
    Besos

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  2. Hola!!! Me gusta tu blog, pásate por el mío tienes un regalito. Un abrazo =)) te sigo

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    1. Muchísimas gracias Sela. Me alegra mucho que te guste el blog :)

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