sábado, 5 de mayo de 2012

Solomillo a la Antártida

Estaba sentada en una de las sillas de la cocina, bebiéndose un vaso de zumo, poco a poco. Cogió el móvil y miró la hora: las cuatro y media pasadas. Estará a punto de irse, pensó ella. Hacía un buen día, pero él tenía que trabajar, y ella tenía muchos exámenes como para poder hacer algo juntos. Sin embargo, aquel día era especial, hacía seis meses que estaban viviendo en el mismo sitio, no es la misma casa, pero sí mucho más cerca. Gracias a eso, podían verse más.

Cogió las llaves de casa y salió con lo puesto. Dos horas más tarde volvió con bolsas en la mano. Se dirigió a la cocina y dejó dos de ellas, la otra la llevó a la habitación. Empezó a preparar la cena, esa noche cenarían solomillo, la comida favorita de ambos. Antes de hacer nada, puso música, se puso el delantal y se lavó las manos. No era especialmente buena cocinando, pero le gustaba y lo hacía con cariño. Cuando estaba preparando el solomillo se acordó de que a él le gustaba poco hecho, le encantaba así. A diferencia de él, a ella le gustaba hecho. Se complementaban.  Empezó a silbar y tararear la canción, estaba contenta. Preparó una salsa buenísima que le había enseñado su madre, y cuando ya estaba todo listo, fue a darse una ducha rápida. Él no tardaría en llegar. Una vez se hubo duchado, fue a la habitación, mojada y desnuda, y cogió una camisa vieja de él, de esas que le quedaban extremadamente larga. Se sentía muy cómoda así, la camisa que había escogido era su favorita, olía a él.


Cogió lo que había en la bolsa que había dejado en la habitación y lo guardó en el armario, justo al lado de los álbumes de fotos. Luego se dirigió al salón, puso la mesa y recogió más o menos la casa. Quedaban diez minutos para que llegara. Fue al armario de la cocina y cogió unas cuantas velas y un poco de incienso con olor a frutas del bosque; la esencia. Recogió más o menos la cocina, y se sentó en su mecedora de siempre a leer para hacer tiempo. Una novela antigua ambienta en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Le apasionaba leer sobre eso.

Tocaron al timbre. Era él. Ella se puso muy contenta y fue dando saltitos hasta la puerta. Antes de que él pudiera decir nada, le besó. Un beso largo, de esos que te atontan y luego no recuerdas lo que ibas a decir. Él la abrazó, levantándola del suelo, y ella se rió. Entraron riéndose, y él se sorprendió mucho al ver las luces apagas y todo lleno de velas. Además, le encantaba aquel olor, hacía de la casa un hogar mucho más acogedor.

-¿Y esto? ¿Qué celebramos? - preguntó él.
-¿Acaso tiene que pasar algo para que te haga un sorpresa? - dijo ella mientras se enfurruñaba de broma.
-¡Claro que no! ¡¡Me encantas!! - dijo él mientras la abrazaba y le daba besos por toda la cara a la vez que le hacía cosquillas.
-Jajajaja ¡Para, para! ¡Estáte quieto! Jajajaja - dijo ella, y en ese momento él la beso. Pasados unos segundos, ella le mordió el labio suavemente.
-Estás muy guapa con esa camisa. Me encanta cómo te queda. Creo que es mi favorita por cómo te queda a ti. - dijo él mientras la acercaba aún más hacia él.  - Eres irresistible.

Ella se zafó de él, sin contestarle, y justo antes de entrar en la cocina se giró y le guiñó un ojo. Aquella noche, el solomillo se lo comieron, pero frío. Había otras prioridades. Otra piel y otra carne mucho más sabrosa que el solomillo, la de ellos.

Luna Plateada


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