domingo, 20 de noviembre de 2011

Las hojas caen en otoño

Camino lentamente entre las hojas que han caído, escuchando los crujidos que en ellas producen mis pasos. Hace frío y poco a poco dejo de tener sensibilidad en mis manos, están congeladas. Intento calentarlas, pero es inútil. Mis pies, mi nariz, mis manos, todas esas partes de mi cuerpo congeladas. En cambio yo me noto caliente por dentro, noto mi sangre ardiente fluir por esas manos frías que me tocan, esos pies fríos que me mueven, esa nariz fría que me sigue.

Mientras, sigo caminando por ese sendero en medio del bosque. Las hojas caen de los árboles como los copos de nieve en invierno, y van a parar donde el viento quiere. Una de esas hojas se cruzó en mi camino, y la seguí con la mirada. Parecía que no quería tocar el suelo, volaba. Después de muchas vueltas llegó hasta el río, donde el viento dejaba de guiar su destino y el agua elegía para ella un nuevo camino.

Seguí caminando, con más frío que antes y menos que después. Al final de aquella hilera de árboles, de aquel camino, divisé un banco. Un hermoso banco de madera que pedía en silencio que alguien lo acompañara. Y eso hice, me senté con él, a su lado, acompañándolo a estar solo. Miré hacia el camino que había tomado, hacia atrás, y vi todas esas hojas aplastadas, todos esos recuerdos pisados, y me di cuenta de lo bonito que fue el trayecto. De las hojas que se cruzaron en mi camino, sobretodo de aquella que no quería tocar el suelo. Me di cuenta de lo bien que se estaba en aquel banco en medio del bosque, en medio del otoño. Pero no podía pasarme la vida ahí, tenía que seguir caminando, aunque tuviera frío. Seguir caminando hasta encontrar el invierno y sobrevivir a él, para luego llegar por fin a mi estación favorita, la primavera.
Luna Plateada

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